Mientras las mariposas.
Habría que dejar en paz ese vientre palpitando
ahora ya más tranquilamente
como la luz de una luciérnaga que agoniza.
Habría que levantarse de la cama un rato
encender un cigarro en la cornisa,
hacer tiempo
mientras las mariposas se desajustan el alfiler
y evidencian la imposibilidad de colecciones
por más efímeras que se quiera.
Si logro dormir
esta noche
esa mujer dormirá conmigo.
Habría entonces que dejar su vientre en paz,
palpitando
quitarle de encima ojos y caricias
para que así, quizá ya más ligero
cuando despierte se haya ido con los duendes, la música y el vino.
Cuando despierte se habrá ido o quizá ya se fue:
hace un rato me besó, me abrazó pero ya se había ido
-es corta la distancia de Montreal hasta el olvido-
Vuelvo a la cama confianzudo
sin ella pero a su lado
al fin y al cabo ella es testigo
de que pasé solo esta noche.
Como un techo se nos desploma encima la soledad a ambos
y sin embargo sonreímos…
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Remedio
Mordí tanto labio
con el único objeto de hacerme con la llave de la noche
pero ya estaba abierta.
Me sé la noche entera
recordarás,
aunque haga ya algunas erografías
que hube trazado su mapa en tu cuerpo
una estrella por aquí
un pecho
un maullido, grillos, la oscuridad gritando:
“silencio, silencio”
Sucede que ya no encuentro poesía
Ni en los ojos,
Ni en los gatos
Ni en los grillos
Ni en los cuerpos.
Y mientras medito en ello
sentado en una banqueta,
un ciego y un cojo se pelean por un bastón.
Me pregunto si yo debiera
si fuese lo más sensato
unirme a la disputa,
si además de los que no ven o andan
necesitan también bastón los que no sueñan.
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Mi-lagro.
Es en medio de la confusión
y sólo en medio de la confusión
que el poema palpita
y por tanto que el poeta existe
y que yo ya no.
Camino jodido
con las manos en los bolsillos
y gris entre todos los demás grises.
La poesía no espera más por mí.
No espera más de mí.
Me mira de reojo
como la noche miraría al gato con la pata rota
(hace seis vidas que sé
que preferiría ser ciego que cojo)
Pero camino con certeza,
y la verdad pesa más que una pierna herida,
quisiera poder ser un estruendo, negligente y fervoroso
como un avión en manos de un tuerto loco
y precipitarme anhelante y feliz
al vacío de cualquier par de piernas entre abiertas.
Pero emigraron de mi piel que siempre es invierno
todas las mujeres con alas.
Nadie me espera, y yo ya no espero
nada o casi nada,
O nada más que un epitafio largo largo largo largo largo largo largo
tanto
que empiece en la piedra y me termine en la carne del tobillo muerto,
para que así llegado el momento,
en el sistema digestivo de algún gusano milagroso
comunen al fin
mi tinta y mi sangre.
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Hacia la noche violeta y de espirales
los ángeles que perdieron un ala en las apuestas de sol
gozan de vacante preferencial si llevan una muleta.
Los que perdimos las dos
vamos de pié, como para aprender a usarlos,
distraídos,
masticando un nombre
que perdió el sabor hace varias estaciones
y el sentido hace varias heridas.
Detraídos masticando un nombre para matar el ocio,
masticando un nombre para afilar el diente,
masticando un nombre para calmar la sed,
masticando un nombre que hace tiempo no es de nadie.
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