Envidia de las Piedras.
Todavía sin sueño,
sin frío todavía.
Paso descalzo por encima de los cristales.
Pasan adioses con vestidos de mujeres,
los adioses y las heridas
y las cafeteras frías, apagadas,
las manecillas más lentas al atardecer.
No sé si sea virtud o desgracia
ser de los que no se movían de su sitio
durante los intermedios programados
por las sirenas que ofrecían recitales.
¿Pero qué más hago? si a fin de cuentas
lo único que esta mano no pudo soltar,
su única hambre, era una rubia blanca
que venía en paquetes de 20 iguales
y se leía en su sudadera roja:
“dejar de fumar reduce importantes riesgos en la salud”
cáncer, enfisemas pulmonares.
Pero riesgosas son todas.
Ronronea a cuentagotas
mi suicidio domesticado.
Debí haber hecho como el corazón
que se me murió de una sola vez: la tumba dice Ana.
Si te lo encuentras mañana
o ayer
y te escribiera un poema
o te endulzara el oído,
sépase desde luego que se escucha,
que se ve,
que no se palpa, es un fantasma
un aparecido.
Yo sugiero que se le trate como se haría
con un anciano
o un loco o un niño.
Debí hacer como el corazón y quedarme callado,
o como la esposa del marino muerto
que ató a una piedra la barca.
Una piedra así
trasciende todo lo que metafóricamente puede pensarse de las piedras
mientras la barca adquiere un sostén.
Debí morirme sin decir nada, ya sé
pero escribo porque me incomoda realmente esta hoja en blanco,
o para desestresarme de Elisa que mete líneas en las mentiras
e incluso párrafos.
(yo sugiero que no se acredite a mi poesía
o que se piense en ella
como en una plañidera
que trata de recordar bien a bien de qué velorio es que se trata)
Me resulta tan incómoda esta hoja en blanco
que me obliga a levantarme e irme de la mesa,
tal como hice aquella vez
que me vi discutiendo sobre cicatrices
con un hemofílico y una modelo.
Y sí, envidio por todas las causas a todas las piedras.
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Otras Medidas.
No importa cuántos cuerpos
tengas encima del cuerpo,
ni cuántas palabras de amor verdadero
consten en el inventario de tus cicatrices
(muy bien si fueron ninguna, muy bien si fueron cientos.)
Eso, de veras que no importa,
el transcurrir de los corazones
se mide sólo en soledades.
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No Estoy para Nadie.
Como siempre,
no estoy bien a bien seguro de quién soy
pero sé lo que he sido.
Fui carta cobarde ahogada en el río,
una tetera no – made – in – London
a las cinco de la tarde:
quizá sí la lluvia tranquila,
sí siempre la lluvia con frío
siempre brisa inesperada
sin besos con leña,
sin paseos nocturnos con abrigo.
Aprendiz de luciérnaga:
la lluvia sí, no Londres y sí también el frío.
Yo sé que esto
salido de la mano del hombre, no es poema
(más que el perro, el hombre
mordió la mano del hombre.)
pero yo escribo...
porque sé que no hubo letrero
en cuaderno alguno de secundaria
en el que figurase mi nombre
ya sea bordeado por caprichosos corazones
o bordeado en el vacío.
Sé bien que no hubo mujer
(que además de conocerme)
quisiera soñar conmigo:
quizá alguna muchacha en Arabia o China
que soñó con marco villa
despertara a su madre a las dos de la mañana
diciendo: “Mamá, tuve una pesadilla:
que triste el hombre común de occidente
y cuán sombrío.”
No China, el honor a veces, nunca el sacrificio.
Pero yo tampoco soñé una mujer
(de noche no puedo dormir por la fuga de ideas
pero no culpo a las ideas,
si yo pudiera también...
me fugaba de mí mismo.)
Como siempre, no sé quien soy
y sin embargo estoy seguro de lo que he sido,
un ala en huelga de colibrí,
una mancha de tinta
sin copia al paraíso,
un beso en moratoria
(la lluvia sí, no Londres, ¡qué frío!)
Como siempre no sé quién soy
pero sé lo que seré, algo así como
la sumatoria de todo el olvido
de la gente que conocí.
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